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El mapa de nuestro dolor

Nov 5, 2024

ACENTO presenta esta plática sobre autoritarismo, desarraigo y resiliencia con la periodista nicaragüense-argentina Gabriela Selser, colaboradora de Deutsche Welle y otros medios internacionales, exiliada en México desde 2022 por la persecución del régimen criminal de Daniel Ortega y Rosario Murillo.

A los pies de las escaleras que conectan la entrada de la casa con la puerta que da a la calle, las rosas de colores que sembró Gabriela Selser asoman exuberantes. Les dedica el delicado cuidado que demandan de por sí las rosas, pero, sobre todo, de la sequedad de la Ciudad de México y del asedio constante de sus dos cachorritas juguetonas de seis meses: Tuani y Cocoa, ambas bajo el mando de la sabiduría de Olivia, la mezcla de galgo de 11 años que se trajo de Nicaragua. 

A la entrada, un altar mexicano de muertos con fotografías de otras perras fallecidas da una cálida bienvenida al hogar que ha levantado al occidente de la capital mexicana en una casa que rentó amueblada. En el comedor, la mesa muestra la calidez de la anfitriona. En un extremo de la mesa esperan dos tazas de café cargado y unos panitos de muerto para endulzar una plática que viajará los años 80 y que pasará por su primer exilio en México, su llegada a Nicaragua en 1980, su involucramiento en las brigadas de alfabetización y corresponsalía de guerra, su anexión al país como una nica más, su vida en Managua como corresponsal de prensa extranjera, sus libros y su segundo exilio en México, ahora como nicaragüense.

En el otro extremo la espera su computadora portátil, documentos y cuadernos en los que apunta y describe con sus crónicas y reportes a Nicaragua para el mundo, desde el exilio, como cientos de periodistas y organizaciones mediáticas tradicionales, corporativas y alternativas lo hacen también. En Nicaragua, enfatiza Gabriela, no se puede hacer periodismo con libertad, los medios tienen informantes y se trabaja de manera artesanal, en clandestinidad. Pero tampoco se puede salir con la bandera de Nicaragua, ni cantar el himno de Nicaragua, ni protestar o contradecir al régimen dictatorial de Daniel Ortega y de Rosario Murillo, eso es suficiente para sufrir la represión de la fuerza pública y paramilitares, para ser preso, desterrado y desnacionalizado.

Nos vemos el jueves 31 de octubre en la mañana, apenas unas horas después de la presentación en México del informe “Nadie se va porque quiere. Voces de nicaragüenses en el exilio”, prologado por Sergio Ramirez y elaborado por las organizaciones de sociedad civil Unidad de Registro, Unidad de Defensa Jurídica, Periodistas y Comunicadores Independientes de Nicaragua, Colectivo de Derechos Humanos Nicaragua Nunca Más y la Iniciativa Mesoamericana de Defensoras de Derechos Humanos, con el apoyo y coordinación de American Jewish World Service. 

La noche del miércoles, decenas de nicaragüenses se reunieron en el Centro Pro, otra organización emblemática que rema contra la marea convulsa mexicana en la defensa de los derechos humanos, para conocer este trabajo que ya había sido presentado en Costa Rica en septiembre pasado. Es la recopilación de 40 testimonios anónimos, en su mayoría recabados en Costa Rica, de estudiantes, activistas, defensores y defensoras de derechos humanos, feministas y personas de la diversidad sexual, entre otras, que abordan las violaciones de derechos humanos por la represión del régimen Ortega-Murillo en Nicaragua desde abril de 2018. El documento se centra en las repercusiones desde el destierro, las odiseas para conseguirlo, las nuevas violaciones a derechos humanos en los países de refugio, los impactos psicosociales del exilio, las resistencias y la expectativa a un retorno difuso. 

En el Centro Pro, Gabriela moderó un foro en el que participaron Linda Núñez Calderón, del Colectivo de Derechos Humanos Nicaragua Nunca Más; Gabriel Wer, el director ejecutivo de Casa Centroamérica; Lydia Alpízar, de IM-Defensoras; Clemencia Correa, de Aluna Acompañamiento Psicosocial; y Ana Lucía Álvarez, activista feminista y defensora de derechos humanos nicaragüense exiliada en México.

Ana Lucía concluyó la conferencia, que ahondó en la situación actual que enfrentan los desplazados, con la embestida de su propio relato de destierro, que apretó al público con la vivencia de la muerte de su abuela a la distancia desgarradora. 

Atrás de los asientos de los asistentes, esperaban unas viandas nicaragüenses para cerrar la actividad: unos bocadillos de carne, frijol, queso, tostones de plátano maduro y buñuelos. En esas píldoras de sabor está la memoria e identidad de los pueblos. Para quien se va, una probadita de un plátano con frijol es, por un momento, un viaje de vuelta a un sitio intangible. 

Para Gabriela, el de la comida ha sido un reto particularmente cuesta arriba, como argentina de origen y nicaragüense de corazón y alérgica al chile. Extraña todo: La fritanga, la sopequeso, la tajada, las rosquillas, la jalea de guayaba, el vigorón; y se consuela cocinando el famoso relleno de navidad, por el que le han preguntado -o increpado- que cómo es posible que una argentina haga el mejor recado navideño nica, a lo que responde, con el pecho erguido, soy más nicaragüense que nada, salvo cuando alguien trae dulce de leche y alfajores del sur o hay Mundial de fútbol, juega Messi y peor aún si lo gana; solo ahí, confiesa, sale ese ego argentino que vive muy en el fondo de su ser.

Un camino decidido

En México tampoco esta vez ha encontrado el arraigo que sí halló en Nicaragua en los años 80. Este segundo exilio, además, implica vivirlo a los 63 años a diferencia de la adolescente que era cuando salió de Argentina inicialmente, cuando sus padres, Gregorio y Marta, fueron perseguidos por la dictadura de Rafael Videla, por lo que salieron al exilio a México junto a sus hijas: Claudia, Irene y Gabriela. 

Gregorio Selser fue un destacado periodista e historiador argentino, que se dedicó, con la asistencia de su esposa Marta, también pintora, a recabar un acervo documental sobre la represión de las dictaduras latinoamericanas que usaba de insumo para sus artículos e investigaciones. Este tesoro, el Archivo Gregorio y Marta Selser, es accesible para su consulta en el Centro Académico de la Memoria de Nuestra América de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). 

“Mi papá toda la vida nos había hablado de Sandino. Él fue el biógrafo principal de Sandino, el héroe nicaragüense. Yo ya lo conocía desde niña. Entonces, la posibilidad de ir a Nicaragua, ir a alfabetizar a mis 18 años, fue un reto y a la vez una posibilidad maravillosa de desarrollo, de crecer”, narra Gabriela. La habían aceptado en la Universidad Nacional Autónoma de México para estudiar periodismo. Pero su padre, quien le llamó a Matagalpa, la ciudad más cercana a la aldea donde estaba alfabetizando, no logró convencer a una joven que estaba labrando su propio camino. 

“Aquí puedo estudiar periodismo, en la universidad aquí en Nicaragua, pero yo no quiero volver a México. De aquí soy”, le dijo a don Gregorio Selser, su padre. Y así fue. “Me hice nicaragüense desde el año 84, tengo mi nacionalidad. No sé si actualmente me la han quitado, eso no te lo informan. Antes lo publicaban en La Gaceta y ahora no te lo informa nadie, te das cuenta solamente si vas a pedir una renovación de tu pasaporte o de tu cédula de identidad. Y me ha pasado con amigas mías que le dicen a sus mamás: esta persona no existe, no está en el registro, porque los borran del Registro Civil”. Fue también la franqueza de la gente, el calorcito y, sobre todo, el vos, el voceo, en un país en plena Revolución lo que la asentó desde que puso un pie en ese poético rincón del mundo.

Sobre este período escribió su primer libro “Banderas y harapos. Relatos de la revolución en Nicaragua” (Nicaragua, 2016; México, 2022) y su segundo, un libro para infancias, “La gallina Revolución y el árbol de nacatamales” (Nicaragua, 2018). El primero lo tenía listo desde el año 2000, pero no fue hasta 16 años después que lo publicó, pues lo tenía guardado y cada vez que lo iba a publicar era tan fuerte emocionalmente que lo volvía a guardar. Pero, asiente, “salió cuando tenía que salir. Tal vez, pienso yo, debió haber salido en el 2000, pero las cosas pasan así. Me escribían excombatientes del Ejército: ‘yo estuve ahí, en ese combate que estás narrando y sí fue así’. Tuve también cartas de gente que me decía: ‘yo no podía hablar de lo que pasó en la guerra y ahora, después de leerlo, estoy escribiendo mis memorias’. Motivó a la gente a hacer memoria del pasado”.

El tercer libro de Gabriela Selser es “Crónicas de Abril. La verdad sobre la rebelión de 2018 en Nicaragua” (México, 2023), que presentó el año pasado en Costa Rica en medio de un revuelo por el quinto aniversario de la Rebelión. Es un relato trepidante que se aproxima a la verdad de los vertiginosos sucesos de 2018 con la autoridad de una periodista que recorrió tranques y estuvo en primera línea, atenta de todo. La boca del estómago se hunde en las líneas grabadas por Gabriela al recordar el desarrollo de las protestas, los asesinatos, los dichos de los protagonistas y en el miedo tan arraigado que logró impregnar Ortega a la gente que intentó rescatar un país del precipicio. Su obra es una carta de Nicaragua “con el mapa de nuestro dolor”, como diría la “Canción de la partida“ de los argentinos Armando Tejada Gómez y César Isella

El altar de la casa de Gabriela Selser. Foto: cortesía.

Un sueño recurrente

En el informe “Nadie se va porque quiere. Voces de nicaragüenses en el exilio” se enmarca la desolación con peras y manzanas. La crisis dejó, entre abril del 18 y junio del 23, a más de 350 jóvenes asesinados y a 935,065 personas exiliadas, entre las cuales 874,641 eran solicitantes de asilo y 60,424, refugiadas, lo que corresponden aproximadamente a uno de cada ocho nicaragüenses. La “limpieza” a todo lo que le incomodara al régimen, arrasó con la protesta, detuvo a miles de personas, expulsó a cientos, los volvió apátridas, canceló más de 3,700 personerías jurídicas de sociedad civil y universidades, usurpó sus bienes y de los de exiliados y presos también. 

Todo el peso de esa historia, la del pueblo que se vio traicionado por el autócrata y su pareja, la de su cuerpo que presenció masacres, la de su corazón que escuchó cientos de historias de dolor profundo, todo está presente y cobra factura. Aún con toda esa carga, Gabriela tiene por fin un poco de paz, la que da el exilio, que en sus palabras es “la oportunidad de salvar tu vida, de vivir en un país donde te sentís libre, que te da libertad”. 

Recién llegada a la Ciudad de México no podía ver pasar una patrulla de la Policía despacito frente a su casa, porque veía las luces y se ponía nerviosa. “En Nicaragua tuve asedio policial en mi casa”, recuerda y suspira: “Pero, de pronto, poder caminar sobre Insurgentes, o estar en un parque y decir, guau soy libre, no me están escuchando, nadie me va a delatar, no voy a ver que se llevan a nadie preso aquí frente a mí, eso ya es una gran cosa, una gran oportunidad de seguir viviendo. El exilio, pienso, es la oportunidad de seguir viviendo”, aunque, reconoce, “no es igual para todo el mundo”.

El propio informe lo enfatiza al contar la odisea que han vivido miles de exiliados en Costa Rica, México, España, Estados Unidos, El Salvador e Irlanda para conseguir sus respectivos refugios. Las autoridades locales han llegado a abusar de estas personas en algunos casos, lo que retuerce el trauma colectivo de la gente. 

Abril de 2018 no fue un sueño interrumpido por el sonido del tianguis, como escribe la propia Gabriela. O sí. Fue una pesadilla y la utopía de quienes lucharon por defender a los jubilados y transformar un sistema opresor. Un modelo que Ortega ha sabido exportar al resto de Centroamérica y que ha sido replicado por el presidente salvadoreño, Nayib Bukele, por ejemplo, quien se reeligió este año “igualito a como lo hizo Ortega en 2011”, sostiene la periodista, pues ambos tenían prohibición constitucional expresa y se valieron de resoluciones hechizas del Poder Judicial de sus feudos para poder postularse.

También es la exportación del pánico, de la indolencia de encarcelar a quien sea, de borrar del registro civil a una persona, de expropiar sus bienes de un plumazo, de asesinar ante los ojos atónitos del mundo.

Nicaragua, hoy, es un destino imposible al que Gabriela jura, volverá, “aunque sea con bastón en mano”. Es ese mapa de dolor que en los 80 significó la salvación del exilio y que en los años 20 del siglo 21 es un sueño que ya no está para salvarla, pero que con toda el alma es parte de ella. Acabará, sin embargo, el régimen dictatorial y la dinastía Ortega un día, advierte serena, con certeza, al recordar lo dicho por Humberto Ortega, el hermano del presidente nicaragüense que murió en prisión domiciliar por atreverse a criticar la muy posible fallida sucesión del poder tan pronto muera Daniel Ortega. Los altos y medios mandos que hoy se cuadran por costumbre o conveniencia se desgranarán tan pronto desaparezca la figura del máximo líder.

“Sí, me traje los recuerdos, pero ya no puedo regresar a Nicaragua. Eso es también lo más duro del exilio: saber que uno no puede volver”, concluye con un mensajito después de la entrevista, en el que antes de despedirse, comparte otro fragmento de la “Canción de la partida”:

Si partir y morir es lo mismo, 
las dos caras que tiene la ausencia,
yo me voy de ceniza en ceniza
al exilio de adiós del amor.

Poco a poco me irás olvidando, 
en los breves asuntos del día, 
en la bruma de un cielo distinto
que una tarde, ya sola, verás. 

Ya no sé quién se va, quién se queda; 
si termina o comienza el camino; 
si la calle acosada de lluvia,
te verá sonreír o llorar.

“Canción de la partida“ de los argentinos Armando Tejada Gómez y César Isella.

✍️ Escrito por Emiliano Castro Sáenz

📷 Cortesía de Gabriela Selser

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