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Aún estás aquí

Feb 11, 2025

Atilio Montalvo hijo ha comenzado su carrera como solista lejos de casa, a sus 35 años y en un exilio que jamás pensó vivir. Tiene un nudo en la garganta que se afloja cuando canta, cuando escribe y cuando habla de su padre, del mismo nombre y conocido en la guerrilla como el comandante Salvador Guerra, detenido sin un debido proceso por el régimen de Bukele.

✍🏽📷 Emiliano Castro Sáenz

⏲️ 6 minutos de lectura

Cuando Atilio me cuenta el operativo que montó la policía de Nayib Bukele para detener a su padre, José Atilio Montalvo Cordero, de 72 años de edad, me estremece pensar en la calca a la dictadura brasileña de los años 70. Y a tantas más en Latinoamérica.  En “Aún estoy aquí”, la película de Walter Salles recién estrenada en México y con varias nominaciones al Oscar, se cuenta una historia similar: un comando de agentes se lleva de su casa, solo para tomarle una declaración, a un político retirado que le incomoda a la dictadura o le es funcional como trofeo. 

Al padre de Atilio, que en mayo del año pasado se recuperaba de un infarto y unos meses atrás de un derrame, el convoy policial le insistió en acompañarlos para responder unas preguntas. Algo de rutina pero que no se podía hacer en casa, un viernes 31 de mayo entrada la noche. Al día siguiente, el sábado 1 de junio, Nayib Bukele, que se había impuesto en las elecciones de febrero en las que compitió de forma inconstitucional por la reelección, sería juramentado como presidente por cinco años más.

Montalvo Cordero, que fue cabeza militar del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, que abogó por desarme de la guerrilla y la firma de la paz en El Salvador, y que se había apartado de la política hacía algunos años y estaba iniciando su jubilación, se quitó el catéter que tenía puesto, se levantó de la cama para responder esas consultas y, seguro de sí mismo, se subió a la pick up blanca ahora conocida como el transporte “del que ya no vas a volver”, cuenta Atilio hijo.

En la película que protagoniza magistralmente Fernanda Torres, su personaje, Eunice Paiva, tiene que lidiar con esa intromisión de hombres armados, en representación del Ejército brasileño, que el 20 de enero de 1971 se llevaron para siempre a su esposo, el exdiputado y arquitecto Rubens Paiva, ante la impotencia de la familia entera. 

A Atilio padre lo acusó el régimen por actos de terrorismo y asociaciones terroristas. Otras siete personas fueron capturadas, la noche anterior, 30 de mayo de 2024, por supuestamente pertenecer a la “Brigada de Insurrección Salvadoreña” y planificar el atentado con explosivos para, presuntamente, detonar gasolineras y supermercados.  

Esa madrugada, la del día en que nació  la dictadura, como la calificó El Faro, con la toma de posesión inconstitucional de Bukele, cambió la vida de los Montalvo. Comenzó una espiral que los arrojó a las brasas de un régimen que no admite señalamientos ni fisuras. El artista se convirtió en portavoz beligerante por la libertad de su padre y, unos meses más tarde, en otro centroamericano más exiliado en Ciudad de México; mientras su padre, enfermo también de insuficiencia renal, resiste a las condiciones inhumanas de su cautiverio.

No se puede respirar

En su canción más reciente, Aquí, publicada el 31 de enero pasado, Atilio canta: “Quiero florecer” y remata, suave: “Aquí, no se puede hablar, no te puedo oír, no se puede respirar, me quiero ir de aquí”. Mientras acumula emociones entre su gente, allá en El Salvador, también remueve a la diáspora que no puede volver a su país. 

Atilio ha sido productor durante la mayor parte de su carrera, “trabajando para que alguien más brille”, subraya. También incursionó en las bandas Cartas a Felice y Boca Colorada, además de hacer jingles para comerciales, música para películas y otro tipo de trabajos. Pero la circunstancia política de su país lo fue erosionando y terminó por escribir y producir sus propias canciones aquí, en México, en su exilio. 

“Probablemente estaba… cómo decirlo, como somatizando, como tratando de descargar la frustración de vivir en una realidad tan opresiva”, describe cuando piensa en la génesis de Aquí. Mucha nostalgia a esa infancia en los noventas, a esa sensación de calma y esperanza por el fin de la guerra, porque por fin Atilio padre estaría en casa; porque habría democracia. 

Por eso no solo el ritmo, sino la imagen que produjo en el vídeo clip es icónica, retro. Homogeneiza imágenes de archivo de la guerra salvadoreña con videocasete de su infancia; discurso de su padre en una edad similar a la suya, aspecto idéntico al que tiene él ahora, abrazo, seguridad, paseo en el metro de la CDMX, un camino que no acaba, al que no se puede llegar. 

Es un espejo, agrega, en el que ve a su papá encerrado sin comunicación con su familia, a la espera de lo peor: “Pues, mi papá, cualquier día… yo ya preparé el terreno psicológico para que me digan que se murió en la cárcel, que es lo más probable que pase, porque no le están queriendo hacer un juicio y por el mismo régimen de excepción que como una ley marcial que se que se ha inventado Bukele, como de este estado de emergencia por las pandillas, pero hace tres años”, que ya se ha convertido en una normalidad sin garantías constitucionales.

Un espejo en el que no puede ver cada uno su reflejo, pero donde sí ve “la vida que él quisiera poder vivir». Es muy fuerte, dice. “Una de mis conclusiones más profundas en esta depresión tan mierda de tener a mi papá preso es saber y estar seguro que lo que mi papá quiere para mí es que yo sea libre y disfrute de mi libertad lo más posible. Porque no quiere que yo viva lo mismo que le toca vivir a él, porque a él de cierta forma su vida lo llevó a esto a este momento. Y yo, digamos, no fui guerrillero, no tuve esa vida, no tuve esas decisiones que tomar y puedo disfrutar de una realidad mucho mejor a la que le tocó vivir”, concluye.

Un millennial exiliado

Mientras hace un par de tazas de café –de un buen café de especialidad que de momento prepara en una cafetera de goteo, pero espera poder hacer con “una de verdad” pronto–, Atilio hijo bromea con la locura de pensar que ahora hay millennials exiliados. 

¿Qué es lo que está pagando su patria, su región, el mundo para reabrir esas heridas? 

Cuenta qué jamás imaginó vivir “algo similar a lo que vivieron mis papás en los años 80. Mi mamá estuvo exiliada en México un tiempo corto, pero estuvo acá. Mi abuela estuvo exiliada en Costa Rica. En Cuba, otra gente; Dominicana, otra, y así. Mi familia tuvo que emigrar por razones políticas, por la dictadura militar de los de los 70” en El Salvador.

Pero la persecución que vivió en los últimos días en El Salvador no se la desea a nadie. Si bien el destierro lo asume como la imposibilidad de volver a su patria, también entiende que le permite ser libre, con limitantes. 

Los días en México han rebobinado esa cinta que lo conecta con los helados de Coyoacán que su mamá saboreaba hace 40 años y con paseos en el parque Hundido. Una agria felicidad de tocar la línea del tiempo de su propia familia.. 

“Pero sí me impacta mucho, o sea, siento que de alguna manera me está pasando esto para yo reivindicarlo, ya como bien esotérico, como para yo tener que transformar todo ese dolor en algo como una canción, ¿me explico?”.

No cree que el exilio termine nunca en su vida. Es una herida que ya está ahí, abierta, y que también le ha ocasionado “mucho resentimiento” por El Salvador, por un país “tan distinto” al que nació, por una época tan diferente, en la que un maquillaje social engrandece la figura de un autócrata. 

“Es un país que está en su gran mayoría de acuerdo con lo que está pasando y eso significa que están de acuerdo aunque mi papá esté preso de manera injusta. Y esté sufriendo por absolutamente nada. Entonces yo digo, ¿será que nos merecemos esto que nos está pasando?”.

Mientras tanto, reconoce que también tiene derecho a disfrutar del pan, del café, de su música, de regar las plantas del patio del departamento que renta en una ciudad de veintitantos millones de habitantes, de soñar con el estudio que está empezando a montar para seguir creando, para cantar. Para poder respirar, aquí, con el aire espeso de la ciudad.

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