Una entrevista al hermano de Daniel Ortega saca de quicio a la dictadura nicaragüense y pone en relieve a las dinastías familiares que enlodan la política centroamericana.
La policía nicaragüense rodeó el lunes pasado la casa de Humberto Ortega, hermano del presidente nicaragüense Daniel Ortega. Fue despojado de computadoras y teléfonos y la policía lo citó a una entrevista de la que podría no salir airoso, como ha sucedido con cientos de opositores al régimen de Ortega y Rosario Murillo, como narra esta nota de La Prensa.
Las palabras de Humberto Ortega que incomodaron a su hermano fueron publicadas un día antes de la irrupción policial en el medio global Infobae, donde este advirtió que Nicaragua se enfila hacia un “desastre” si las fuerzas políticas no entran en un diálogo. Además, aseguró que el poder dictatorial de Daniel Ortega no prevé una sucesión y que tras la muerte de este, de 78 años, “deberá haber elecciones”.
No cayeron en gracia estas declaraciones en la cúpula de una dinastía que parece haberse reducido al matrimonio Ortega-Murillo, y de la que en su momento hizo parte el propio Humberto, general retirado y exjefe del Ejército durante el primer gobierno sandinista.
La región no es ajena a este tipo de regímenes controlados por familias, tal como pasa en El Salvador con los hermanos del presidente Nayib Bukele, señalados de manejar al país detrás de la cara visible del gobernante. O el caso de Xiomara Castro en Honduras, esposa del expresidente Manuel Zelaya, y cuyo secretario privado es su segundo hijo, Héctor Manuel.
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