Uno de los crímenes atroces de la actualidad mexicana afecta particularmente a familias centroamericanas. El Estado y el crimen organizado son los principales verdugos en una espiral inagotable.
El reciente descubrimiento de un listado con 183 nombres de posibles víctimas arrojadas al mar en los llamados “vuelos de la muerte” del Ejército mexicano en los años setenta pone en relieve la lucha histórica de las madres, hijos, familiares y comités de búsqueda de desaparecidos. De confirmarse la identidad de estas personas, será una victoria de la perseverancia, fuerza y memoria del Comité Eureka y de quienes buscan a sus seres queridos.
Este delito que no prescribe hasta que no aparece la víctima es desgarrador y atraviesa el dolor de miles de personas de México, Centroamérica y el mundo. Durante la llamada “Guerra Sucia” de los años sesenta a los ochenta, las fuerzas del Estado mexicano atacaron a integrantes de movimientos como la Liga 23 de Septiembre o el Partido de los Pobres, desapareciendo unas 900 personas.
En Centroamérica los estados también replicaron estas fórmulas para combatir a las guerrillas y disidencias de izquierda. Solo en Guatemala hubo 45 mil desaparecidos durante el conflicto armado interno (1960-1996).
Actualmente el flagelo de la desaparición forzada se cierne sobre personas migrantes, principalmente centroamericanas, que atraviesan México con destino hacia Estados Unidos. Esta trágica pesadilla ha “convertido a México en una enorme fosa clandestina”, como afirmó a principios del sexenio el exsubsecretario de Gobernación Alejandro Encinas.
La magnitud de este crimen en la región es, sin embargo, incierta. Según el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas de México, hay más de 113 mil personas en esta condición en este momento. En Guatemala, la ONG Grupo de Apoyo Mutuo ha registrado más de 40 mil víctimas en los últimos 20 años, mientras que la policía salvadoreña reportó más de 12 mil desapariciones entre 2014 y 2019, aunque la Fiscalía tenía 22 mil denuncias por ese mismo delito. Mientras que en Honduras, la Policía contabilizó casi 10 mil casos entre 2012 y 2022.
Las voces que hablan y denuncian esta tragedia no cesan. Un ejemplo de esto es el documental Toshkua, de Ludovic Bonleux, cuyo título significa en iel dioma pesh hondureño “desaparecer”. Es la historia de Mary en la búsqueda por encontrar a su hijo desaparecido en México, es el viaje de miles de madres, padres, hermanas e hijos por el rastro de los suyos. Se podrá ver en el XIII Festival Contra el Silencio Todas las Voces a celebrarse del 20 al 28 de septiembre en la CDMX.
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