Presentamos la segunda edición especial de ACENTO, en la que conmemoramos la Revolución de Octubre de 1944 y pensamos en su legado, disputas y esperanza 80 años después en Guatemala.
El pueblo de Guatemala conmemoró la octava década del triunfo de la Revolución de Octubre. Lo hizo, a diferencia de cada año que se manifestó por su cuenta, acompañado de diversos gestos emanados desde el Gobierno. El paralelismo con el pasado no ha sido cosa menor. Desde que Bernardo Arévalo de León ganó la Presidencia en agosto de 2023, el simbolismo ha sido parte vital de la narrativa de un gobierno que busca romper con una dictadura del lawfare y la corrupción.
Los pueblos originarios y sus autoridades ancestrales sostuvieron la democraciael año pasado hasta la toma de posesión de Arévalo en enero de 2024, ante la adversidad judicial desatada desde el despacho de la fiscal general, Consuelo Porras, y sus aliados en juzgados y del poder económico. El statu quo buscó tender un puente en la grieta que se abrió en la insospechada jornada electoral que terminó por fragmentar la garantía de impunidad con la que gozaba el sistema.
Pero ese triunfo, que evoca en cierta manera a la insurgencia que acabó con la dictadura de Jorge Ubico en 1944, aún debe sostenerse en el poder. Bernardo Arévalo ganó la elección y pudo llegar a la presidencia por el fuerte respaldo popular, harto del desvergonzado rumbo político, económico y jurídico que llevaba décadas habitando el país. Pero el bono popular ha mermado mientras transcurre lento esa disputa en la que tanto Arévalo como Porras se han llevado algunas victorias.
En diez años, la llamada “Primavera Democrática” (1944-1954) de Juan José Arévalo Bermejo, padre del actual presidente de Guatemala, y Juan Jacobo Árbenz Guzmán transformó la realidad nacional guatemalteca, edificó instituciones vigentes en la actualidad -que deben ser rescatadas y fortalecidas-, sentó bases en derechos laborales y sociales, combatió la desigualdad y consolidó una agenda reformista hasta que el conservadurismo y la intervención estadounidense lo permitió.
En más de diez meses, Arévalo hijo ha sostenido esa narrativa que evoca la épica revolucionaria en el discurso mientras sostiene una guerra burocrática contra los herederos del mismo sistema que acabó, mediante un golpe de Estado, con esa Revolución de Octubre.
El legado de esa década revolucionaria ha quedado plasmado en la historia, el pensamiento, la literatura, el arte y la memoria colectiva. Sobrevive, ochenta años después, la posibilidad de una Guatemala progresista, democrática y justa, a pesar de la violencia, el autoritarismo y la cooptación del sistema por parte de estructuras del crimen organizado y sus aliados conservadores.
Esta edición especial de ACENTO, el boletín semanal sobre la región centroamericana curado por Casa Centroamérica, se concibe con ese afán de reflexionar acerca de lo posible, de lo alcanzado y de lo perdido desde la Revolución de Octubre. Se trata del derecho a imaginar, pensar y construir un país y una región plural, digna y libre de ataduras.
El 20 de octubre de 1944 fue derrocado el presidente interino Federico Ponce Vaides por el movimiento revolucionario liderado por estudiantes y militares que había surgido y evolucionado a lo largo del año. Este mismo movimiento había logrado acabar, tan solo unos meses antes, con más de 13 años de dictadura del general Jorge Ubico.
Fueron meses convulsos que pusieron fin no solo al gobierno de Ubico y de Ponce, sino a un régimen de explotación y despojo que desde hacía décadas había privilegiado a corporaciones extranjeras, como la United Fruit Company (UFCO), y que cambiaba de rostro pero no de esencia.
El punto de quiebre para el dictador Ubico fue el asesinato de la maestra María Chinchilla, el 25 de junio de 1944, mientras se desarrollaba una manifestación en contra del gobierno. Tras la victoria revolucionaria en octubre y el interinato de la junta revolucionaria, integrada por Francisco Javier Arana, Jacobo Árbenz y Jorge Toriello, en marzo de 1945 tomó posesión el profesor y doctor en Filosofía Juan José Arévalo, quien ganó las elecciones de diciembre con más del 86 por ciento de los votos.
Durante su mandato se implementó una nueva Constitución que instauró gobiernos de seis años, dotó de derechos laborales a la población, aprobó el voto de las mujeres, creó el Instituto Guatemalteco de Seguridad Social, las escuelas tipo federación, la Biblioteca Nacional, el Conservatorio Nacional de Música, fundó el Banco de Guatemala; y también dio su voto para la creación del Estado israelí.
Arévalo Bermejo sentó la base de esa “Primavera Democrática” que continuó Jacobo Árbenz, vencedor en la elección de 1950 con más del 65 por ciento de los sufragios. Además de la consolidación del estado reformista, Árbenz profundizó la revolución con el Decreto 900, que creaba la Ley de Reforma Agraria, mediante la cual se repartieron tierras ociosas a cientos de miles de familias.
La reforma buscaba desarrollar una economía capitalista campesina, dotar de tierra a campesinos, mozos y colonos trabajadores agrícolas, facilitar inversión de nuevos capitales en la agricultura, introducir nuevas formas de cultivo con asistencia técnica e incrementar el crédito agrícola para el sector campesino.
En una economía capturada, desde la fundación del Estado guatemalteco, la élite se reagrupó y confabuló para recuperar el terreno perdido. Lo hizo de la mano de militares afines al ubiquismo y, principalmente, de la UFCO y la CIA, hasta que en junio de 1954 concretaron un golpe de Estado armado mediante la Operación PBSUCCESS, que concluyó con la toma del poder del coronel Carlos Castillo Armas.
El golpe de Estado, la intervención estadounidense, la tiranía de los gobiernos militares que siguieron y la profundización de la desigualdad condujo a Guatemala a un abismo en el que se gestó otra insurrección que derivó en un cruento y largo conflicto armado de más de 36 años. Los efectos de esta violencia aún son palpables en la sociedad, que busca recuperar la memoria, la verdad y la justicia para las más de 200 mil muertes, 45 mil desapariciones forzadas, más de un millón de desplazados y un genocidio.
Han pasado 80 años del triunfo de la revolución y 70 tras el derrocamiento de Árbenz. Si bien destacaron esfuerzos sociales, movimientos campesinos, de pueblos originarios en defensa del territorio, juveniles, estudiantiles, de mujeres y desde los centros urbanos, no hubo desde entonces una victoria política como la del Movimiento Semilla en 2023 y la posterior defensa de la democracia mediante el paro nacional encabezado por los 48 Cantones de Totonicapán.
Este resurgimiento de la rebeldía, que se vivió intensamente durante más de tres meses, transformó la dinámica del poder en el país. El gobierno de Bernardo Arévalo ha dejado claro, tanto en su discurso como en su comunicación, que la Revolución de 1944 sigue siendo una brújula orientadora en su mandato.
El sociólogo guatemalteco Vaclav Masek profundiza ese vínculo social entre la génesis de 1944 y lo que se cuece en 2024. Lo hace en este artículo para El País: “Para romper con el pasado autoritario en Guatemala”, en el que desmenuza hitos alcanzados en la Revolución, así como los contragolpes de la élite y cómo eso es una enseñanza tejida en la Guatemala de hoy.
La antropóloga y editora Ana Cofiño, por su parte, recorre esa historia de resistencia y lucha a través de la mirada de las mujeres que participaron y lideraron la insurgencia con su artículo “Revolucionarias”, publicado en ePinvestiga. Las mujeres, enfatiza, regaron sus semillas en hijas, nietas, sobrinas y alumnas que se atrevieron a saltar las trancas de un sistema opresor.
El gobierno mismo levantó un micrositio digital para conmemorar el 80 aniversario de la Revolución del 44. Lo denominó “Revolución Viva”, ahí agregó perfiles de mujeres y hombres que se involucraron en el movimiento y trabajaron en esa “Primavera Democrática”, además de documentos, archivos e investigaciones. La Presidencia montó, también, actividades, paneles de discusión, recorridos guiados en museos, conciertos, foros y obras de teatro durante todo el mes.
La guinda fue el festival de luces sobre fachadas de edificios mediante el mapping. Fueron proyectadas escenas de la gesta revolucionaria, historias y perfiles de protagonistas y todo concluyó con un ensamble de marimbas. El recorrido fue encabezado por el presidente, Bernardo Arévalo y miembros de su gabinete.
La Revolución era un territorio en disputa. Se realizaban actos tímidos o se contaba una historia a medias. Pero esta Administración, que se promueve con una imagen reformista y anticorrupción, no escatimó en homenajear la memoria revolucionaria que acabó con un régimen dictatorial.
Otro gesto inédito fue el perdón que pidió la vicepresidenta, Karin Herrera, en nombre del Estado por el asesinato del líder estudiantil Oliverio Castañeda de León, un 20 de octubre de 1978.
Castañeda fue asesinado a tiros por las fuerzas de seguridad del Estado al concluir su discurso en un mitin de conmemoración de la Revolución de Octubre. La vicepresidenta se colocó a un lado de la placa en memoria de Oliverio y brindó un sentido discurso y perdón a la familia del líder estudiantil.https://open.spotify.com/embed/episode/2oDiYFhJLGC2VrZa4IlLhE
El cuerpo de Oliverio Castañeda de León cayó sobre la entrada al Pasaje Rubio, una plaza comercial emblemática del Centro Histórico de la Ciudad de Guatemala, frente al Paseo de la Sexta Avenida y colindante con el Parque Central y el Palacio Nacional de la Cultura.
Ahí dentro, la editorial Catafixia, que ha trabajado por rescatar la memoria revolucionaria de Guatemala, y ha dado voz a diversas expresiones culturales del país, tiene una librería de culto que se ha consolidado desde diciembre de 2022.
Entre sus colecciones destaca su colección “Memoriales”, en la que reeditó discursos emblemáticos de Juan José Arévalo, Jacobo Árbenz y Manuel Galich, otro de los líderes revolucionarios y considerado además padre del teatro guatemalteco; o la investigación “Rebeliones sin masas. Los “30 golpes” contra Arévalo y el inicio de la Guerra Fría en América Latina (1945-1951)”, de los doctores Arturo Taracena Arriola y Rodrigo Véliz, publicada este año.
El año pasado, en un evento sencillo, ante la incertidumbre y la congoja por su improbable victoria, el Movimiento Semilla, Bernardo Arévalo y Karin Herrera cerraron su campaña electoral en la librería Catafixia. Fue una celebración en medio de la desatada criminalización y fue también un augurio, pues la barra del local fue la misma donde Juan José Arévalo depositó su voto en la elección de 1944 que lo llevó a la Presidencia.
Hay otras grandes editoriales y librerías que han entregado su labor a la recuperación de la memoria escrita son F&G Editores, la Casa del Libro en la zona 1 y la librería Sophos. En cada espacio se ha escrito y se continúa haciendo historia y memoria de un país con tantas heridas y vertientes.
Pero la expresión artística de la Revolución Guatemalteca es intangible, diversa y multidisdiplinaria. El teatro vio surgir obras como “El coronel de la primavera”, de Manuel José Arce; la literatura prosperó de la mano de Luis Cardoza y Aragón o Miguel Ángel Asturias y de jóvenes como Augusto Monterroso, Otto Raúl González y Carlos Illescas, que impulsaron el llamado “Grupo Acento”, además del Grupo Saker-Ti, liderado por Humberto Alvarado Arellano.
La plástica destacó con temáticas relacionadas al momento de transformación que atravesaba el país, como la Reforma Agraria, la lucha campesina, estudiantil y social, el combate a la desigualdad y la resistencia a la intervención extranjera. Grandes nombres de la historia fraguaron su camino, como Roberto González Goyri, Dagoberto Vásquez, Rodolfo Galeotti Torres o Jacobo Rodríguez Padilla.
Fue una época dorada del arte, que mostró obras monumentales, como el mural “La Seguridad Social” del maestro Carlos Mérida en el edificio del IGSS en el Centro Cívico. O, también, los murales dentro del Salón del Pueblo, en el Congreso, de los maestros Víctor Manuel Aragón Caballeros, Juan de Dios González y Miguel Ángel Ceballos Milian.
Una de las más celebradas obras de la Revolución es “Gloriosa Victoria”, del muralista mexicano Diego Rivera, asistido por la maestra guatemalteca Rina Lazo y la mexicana Ana Teresa. Cuenta la historia del golpe de Castillo Armas a Jacobo Árbenz, con la directa participación de la UFCO y el rostro del entonces presidente estadounidense Dwight Eisenhower.
La caída de Árbenz provocó un exilio masivo. Miles de personas salieron de Guatemala hacia diversos países, principalmente México. El propio presidente Bernardo Arévalo nació fuera del territorio nacional durante el exilio de sus padres en Uruguay. Funcionarios, artistas, periodistas, simpatizantes, líderes sociales resguardaron sus vidas en otras latitudes, algunos se incorporaron más adelante a la guerrilla y otros más abandonaron la vida pública.
No fue, sin embargo, ni el primer ni el último de los exilios de Guatemala, tal como lo describimos en nuestra investigación “Memoria de los exilios Centroamericanos en México. Radiografía histórica de las diásporas políticas de una región vertiginosa”, que da cuenta de 200 años de exilios del istmo en territorio mexicano.
La historia parece, por momentos, una puerta giratoria. Sin embargo, la organización social y la convicción de un país distinto sostienen el trabajo y las luchas de guatemaltecas y guatemaltecos dentro y fuera del país.