La falta de apoyo no le impide al teatro centroamericano seguir vigente y mostrar al mundo realidades que se buscan ocultar.
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A propósito de la proyección audiovisual de la obra Los más solos, del Teatro del Azoro de El Salvador, que realizamos en Casa Centroamérica en conjunto con la Nave Cine Metro, hacemos un repaso de la situación del teatro en la región, así como algunas recomendaciones para no perder el hilo de colectivos, grupos y corrientes que mantienen viva la tradición.
Precisamente el Teatro del Azoro es uno de los ejemplos de esfuerzos que se suman a la representación de lo real en Centroamérica y que resisten a pesar de todo. Su obra es un reflejo de la deriva autoritaria que se agudiza en El Salvador y que el régimen de Nayb Bukele se esfuerza por silenciar.
Platicamos a dos voces con dos especialistas, Lázaro Gabino Rodríguez, maestro en teatro e integrante del colectivo escénico Lagartijas Tiradas al Sol; y Marcelo Solares, maestro en Teatro y Artes Escénicas y gestor cultural del Centro Cultural de España en Guatemala, cuyas miradas amplifican lo que está sucediendo en los escenarios centroamericanos.
Ambos subrayan el valor de hacer teatro en este contexto, en el que cada vez se cierran más espacios y hay menos apoyos, pero en el que la gente, el público, es también bastión de resistencia al interesarse por estos procesos, estas ventanas narrativas del mundo.
Es algo que sucede incluso más allá, a nivel latinoamericano, con “un teatro que siempre está ahí resistiendo a todo, a que desaparezca, a que no hayan fondos, a que lo vendan, a que no tenga espacios o recursos, pero está existiendo”, según Solares.
Para Rodríguez, “el apoyo a las artes escénicas es limitado, lo que ha obligado a muchas artistas a emprender proyectos de gestión que les permitan crear marcos para desarrollar su trabajo”.
Lo real
Rodríguez, quien reconoce no ser un conocedor del teatro Centroamericano pero que ha trabajado proyectos en la región, destaca el trabajo que hace la corriente más realista, en la que “sus creadores articulan no tanto a partir de un texto dramático sino de un guión en el que el lugar de enunciación es lo que da sentido al acontecimiento”.
También observa otra vertiente, con la que se identifica menos, y es la que se inserta en la tradición del teatro de texto en la que la figura del director o directora es el eje alrededor del cual gravita el fenómeno escénico. Es, por lo general, un teatro que transita por los caminos abiertos por grandes directores del siglo XX.
Solares observa también la tendencia creciente del teatro físico, también nombrado contemporáneo, donde entran a escena otras artes como el audiovisual y performance, con más énfasis en el trabajo del cuerpo, dice, algo que no se hacía porque el teatro guardaba con más celo su tradición.
“Se trabaja más con el cuerpo, no tanto de tener una historia tradicional de principio, nudo desenlace, sino más situaciones, momentos o energías que se agrupan en un espacio y que conviven y ofrecen más que un entender, un sentir”, agrega.
Ha observado también nuevas temáticas, enfocadas en salud mental, la conservación del ambiente, el cambio climático, los derechos humanos y las nuevas masculinidades, aunque se pregunta si no será que en algunos casos “estas temáticas vienen en convocatorias de la cooperación”, por lo que podrían condicionar propuestas.
Solares recomienda seguir los trabajos de grupos que trabajan nuevas narrativas y realidades desde una aproximación contextual, como el mencionado Teatro del Azoro, La Bocha y La Cachada en El Salvador; Grupo Sotz’il, Hormigas y La Molotera en Guatemala; el Grupo Teatral Bambú en Honduras; Nereo Salazar y La Bicicleta en Costa Rica.
Son proyectos “admirables desde cualquier lugar del mundo”, concluye Rodrtguez, en el que destaca la consistencia y su vinculación al contexto.
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