En la semana del Día de Muertos recordamos algunas de las leyendas de nuestra región. Unas se cuentan de manera distinta en cada país o comunidad, mientras que otras se reconocen por igual.. ¿Cuál es tu favorita y qué otra leyenda conoces?
Un escalofrío recorre Centroamérica. No es más que el propio reflejo de sí misma. Es una tradición, es un cuento, es una historia que viene de “La Colonia” y de tiempo atrás también. En una noche tomada por la espesa neblina en la que los caminos se borran en la penumbra, el movimiento de alguna sombra inserta la duda: ¿será cierta esta historia?
Un lamento común
Lo primero que se viene a la mente al pensar en esa sombra es el mito por excelencia de Latinoamérica: esa mujer que lamenta la muerte de sus hijos y cuya desesperación arrastra a su siguiente víctima. Es La Llorona, de quien se dice que mientras más cerca se oiga su llanto más lejos se encuentra, pero si el lamento apenas se distingue está más cerca.
La leyenda de La Llorona varía por país, pero básicamente se trata de una mujer indígena que ahogó a sus hijos en un río por despecho de un amor no correspondido con un español. El origen de este relato se remonta a la invasión española en el continente americano, cuando diversas señales presagiaron el fin del mundo precolombino. Una de estas muestras fue el lamento de la diosa de la maternidad y la fertilidad, Cihuacóatl, quien gritaba: “Hijitos míos ¿a dónde os llevaré?”, según el testimonio de Fray Bernardino de Sahagún.
Otra historia que une la conversación es la del Cadejo, un espíritu en forma de perro que no necesariamente es maligno, pues suele proteger a los incautos. Según el antropólogo y escritor guatemalteco Celso Lara, este ser “cuida el paso tambaleante de los borrachos” hasta que el peligro pasa. Además de parecer un perro negro y lanudo, el Cadejo tiene “casquitos de cabra” en las patas y “ojos de fuego”.
El problema es que si el borracho reincide, este espíritu podría cobrárselas. Aquellos entusiastas “bolos” (como se les llama en Guatemala) podrían sufrir las consecuencias de una lamida en la boca del Cadejo, lo que ocasionaría que no se compongan jamás.
Borrachos, mujeriegos y traviesos
Aunque el Nóbel de Literatura, Miguel Ángel Asturias, describe en su libro “Leyendas de Guatemala” al Cadejo como un “hombre-adormidera”, que enredaba la cola y las crines de los caballos y se robaba las trenzas de las mujeres, esta versión en realidad se adapta más al espíritu conocido como El Sombrerón.
Celso Lara lo describe como un hombre de estatura pequeña que viste de negro y que porta un cinturón grande, brillante y un sombrero negro y pequeño; además de unas botas que hacen ruido al pasar. Su afán es enamorar a mujeres, a quienes persigue, les canta, trenza sus cabellos y echa tierra en sus platos para evitar que ellas coman y así adelgacen.
También, se dice que, en palabras del historiador guatemalteco Víctor Miguel Díaz, es la reencarnación de un preso conocido como Juan Barnoya, acusado de un crimen que no cometió y de ser satánico.
Pero más terrorífico aún es cruzar el camino de la Siguanaba. Una hermosa mujer que no deja ver su rostro y que invita a hombres trasnochadores a seguirla para, a orillas de un barranco, descubrir su cara y revelar sus facciones de caballo y calavera para provocar el susto y caída de sus víctimas.
En Nicaragua, en cambio, esta mujer también es denominada Cegua. Es un tipo de bruja que luego de vomitar su alma se transforma en una mujer joven con una cara de caballo putrefacto. Usa flores con aromas atractivos para llamar la atención de hombres tunantes, pues su objetivo es perseguirlos y castigarlos. Las ceguas golpean, arañan y pellizcan a sus víctimas, le frotan la cara y los brazos y los dejan febriles tirados en la calle, hasta el amanecer.
Si acaso la Siguanaba procreó, es el caso del Cipitío, como se le conoce en El Salvador a este espíritu que se mantiene en forma de niño. Es un “cipote” de unos siete años que lleva sobre la cabeza un sombrero desproporcionadamente grande y que por las noches aparece para burlarse, reírse y bailar alrededor de sus víctimas.
En Panamá también se cuenta la historia de dos mujeres hermosas en busca de venganza. La primera es la Silampa, quien aborrece las injusticias y ataca a los mujeriegos, a quienes, después de cautivarlos, los devora y los reduce hasta los huesos. Se dice que también puede presentarse sin forma, como un espectro que deambula por sitios desolados en busca de su siguiente víctima.
También está la Tulivieja, recordada por ser joven y hermosa, pero temida por aparecer de noche cerca de ríos y quebradas, deformada y horrible, con agujeros en la cara, cabellos hasta los pies, que en realidad son patas de gallina. La Tulivieja busca a su hijo, a quien abandonó por irse de parranda. Lo dejó debajo de un palo de mango a la orilla de un río, pero una tormenta esa noche lo arrastró hasta desaparecer. Y aunque a la luz de la luna llena recobra su forma original, al menor ruido vuelve a ser el espectro espeluznante que es en búsqueda y lamento de su hijo.
Monstruos, monjas y brujas
No solo hay leyendas de mujeres hermosas que cobran venganza e historias de hombres pequeños que portan sombreros enormes y hacen travesuras.
En Honduras, por ejemplo, se habla del Sisimite y el Cíclope de la selva Misquita. El primero es una especie de gigantes que se han visto deambular por las montañas y cavernas, pero que es famoso por secuestrar mujeres y llevárselas a sus cuevas. Una de las versiones apunta a que una mujer logró escapar de su cautiverio, en el que había concebido tres hijos con la bestia. Ante la huida de su presa, éste le mostraba las criaturas a la mujer y ante la negativa de ella, el Sisimite arrojó a los vástagos a un río, donde murieron ahogados.
Aunque en Guatemala, según Celso Lara, el Tzitzimite es en realidad el Sombrerón y el origen de la palabra proviene del náhuatl tzitzimitle, que significa “demonio”.
En cuanto al Cíclope de la selva Misquita, es un ser gigante de un solo ojo, que se alimenta de carne humana. “Es un ser grotesco, de muy mal humor y con mucha fuerza que mata a sus víctimas degollandolos con cuchillos; la carne la comen frita y lo que sobra la guardan con manteca en botellas”, según la antropóloga Anne Chapman, basada en relatos de los misquitos.
Otro ser horripilante es la Cuyancúa, de El Salvador, que también es enorme. Es un ser mitad culebra, mitad cerdo, que chilla por las noches y provoca temblores en los alrededores del municipio de Izalco, en Sonsonate. La bestia hace rondas en busca de alimento, principalmente a orillas de los ríos y ha sido vista por borrachos que, impactados, se desmayan, pierden el habla y entran en trance.
En Costa Rica, en cambio, una de las leyendas más famosas es la de la bruja Zárate, según el bibliotecólogo Elías Zeledón. Se trata de una mujer que fue despreciada por un gobernador español durante la Colonia. Por despecho, la bruja convirtió la villa de Aserrí en piedra, transformó a los habitantes en animales y al gobernador en un pavo real con una cadena de oro. Dicen que que es horrible, de mirada fea y maliciosa, con un pañuelo en el cuello y un paño negro para taparse de la lluvia.
La bruja no solo era temida por su volubilidad y capacidad de convertir a personas en animales, sino que la gente la amaba también por su generosidad, pues los dichos aseguran que llegaba a convertir verduras en oro puro.
También escalofriante, pero bondadosa, es La Monja del Vaso con Agua, que suele ser vista deambulando los pasillos del hospital San Juan de Dios, en San José. La monja va levitando y ofreciendo un vaso con agua para sanar a los enfermos de forma milagrosa. Es su penitencia, por decirlo así, por haberse negado en vida a darle un vaso con agua a un paciente moribundo.
Pero no siempre la suerte acompaña. Algunos espectros deambulan en busca de su próxima víctima, cualquiera. Es lo que pasa a la medianoche en algún rincón de Nicaragua. El silencio de la oscuridad se interrumpe con los tétricos sonidos de La Carretanagua, una carreta desvencijada y floja, impulsada por dos caballos esqueléticos y conducida por una catrina que empuña una guadaña, descrita así por el mítico escritor nicaragüense Enrique Peña Hernández.
Escuchar a La Carretanagua no significa irse con ella, pero sí el anuncio de una próxima e ineludible muerte a su paso fantasmagórico.
Son cientos de leyendas centroamericanas que no dejan de producir escalofríos e inspirar películas, novelas y cuentos que nos conectan con una tradición milenaria tan variopinta como común entre sus territorios.
✍🏽 Escrito por Emiliano Castro Sáenz
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